Hoy salí con mi perro a jugar PokémonGo. Él es un labrador negro
cruzado, es grande y juguetón. Fui con él no solo porque siempre lo saco todas
las mañanas sino porque sabía lo que podía venir: la búsqueda pokémon. Y yo lo sé:
aquello no es quedarte en tu casa (o pueblo inicial) y esperar a ver qué pasa: es más bien
movimiento, tensión, viaje. Así, pues, estar pegado al celular con pokémons y
poképaradas lejanas podría no solo ser perjudicial, ay carros locos sino
peligroso, ay choros toscos, este fono no, pues, varón. Porque, vamos, que la seguridad ciudadana es un tema de temer.
Cara de Perro vs ¿Perrovaca? |
La
experiencia PokémonGO contra todos mis pronósticos y reticencias, sin embargo,
fue más que satisfactoria. No solo porque gocé como un enano, ay Dross, al
reproducir mi experiencia pokémon de casa (de salón, digamos) en la calle, haciéndola la real,
vamos (porque los que me conocen saben que hasta ahora no solo colecciono
juegos y consolas de Pokémon sino que lo juego de manera, digamos, más o menos
pro, pregúntame por mi FC, vieja), sino porque, más importante aun, me permitió
conocer el arte, amén espacios públicos otrora desconocidos, de mi barrio y
cercanías. Como algunos murales que estaban aledaños a mi casa y que en la vida había reparado en ellos. Todo un acierto
para cultura este PokémonGO. Pero siempre, creo yo, sería bueno iniciar la
búsqueda con algún colega al costado. O la mascota de turno. No queremos perder
el fono, ¿o sí? Con el Equipo Rocket suelto por ahí, uno ya ni sabe, ay, Arceus.
¿PokémonGo nos recuerda lo nuestro? |