viernes, 5 de agosto de 2016

Memorias de PokémonGO [Dia 1]

Hoy salí con mi perro a jugar PokémonGo. Él es un labrador negro cruzado, es grande y juguetón. Fui con él no solo porque siempre lo saco todas las mañanas sino porque sabía lo que podía venir: la búsqueda pokémon. Y yo lo sé: aquello no es quedarte en tu casa (o pueblo inicial) y esperar a ver qué pasa: es más bien movimiento, tensión, viaje. Así, pues, estar pegado al celular con pokémons y poképaradas lejanas podría no solo ser perjudicial, ay carros locos sino peligroso, ay choros toscos, este fono no, pues, varón. Porque, vamos, que la seguridad ciudadana es un tema de temer. 

Cara de Perro vs ¿Perrovaca?

La experiencia PokémonGO contra todos mis pronósticos y reticencias, sin embargo, fue más que satisfactoria. No solo porque gocé como un enano, ay Dross, al reproducir mi experiencia pokémon de casa (de salón, digamos) en la calle, haciéndola la real, vamos (porque los que me conocen saben que hasta ahora no solo colecciono juegos y consolas de Pokémon sino que lo juego de manera, digamos, más o menos pro, pregúntame por mi FC, vieja), sino porque, más importante aun, me permitió conocer el arte, amén espacios públicos otrora desconocidos, de mi barrio y cercanías. Como algunos murales que estaban aledaños a mi casa y que en la vida había reparado en ellos. Todo un acierto para cultura este PokémonGO. Pero siempre, creo yo, sería bueno iniciar la búsqueda con algún colega al costado. O la mascota de turno. No queremos perder el fono, ¿o sí? Con el Equipo Rocket suelto por ahí, uno ya ni sabe, ay, Arceus.

¿PokémonGo nos recuerda lo nuestro?