domingo, 1 de mayo de 2011

No una sino muchas muertes

Cuando escucho acerca de la profecía Maya o cuando algún cristiano me asegura que el fin del mundo está cerca o cuando, ahora nomás, las gentes creen que Ollanta es el próximo  Rasputín, no hago sino reírme. Me río de buena gana, con ese denuedo que rajan las bromas que, por lo malísimas, dan risa. Me río de que, a pesar de los años y la arrolladora historia, aún la gente pueda tener esas creencias tan oscurantistas y si acaso dogmáticas. Pero no los culpo, no. Son creencias después de todo, jamás ideas, jamás. Son, parafraseando a Derrida a propósito del monolingüismo, prisioneros –no se su lengua como diría el argelino– de la embrutecedora mass media, que sigue canonizando papas mientras niños árabes se inmolan por su religión, pregonando bodas bobaliconas, cuando matan al hijo de Gadaffi y la situación en Libia se vuelve cada vez más insostenible;  y, claro, ocultando información incómoda y propagando la más cómoda, como una misa avasallante, o la espectacularización de lo privado ¿valdría decir la putatización de lo privado?, por decir algo.

Y recuerdo a Hinostroza, a lo del oscurecimiento de la oscuridad: lo poético, de un viernes de nostalgia y búsqueda. Recuerdo las muertes de esta moribunda, ¡por fin!, semana. Recuerdo una advertencia de muerte: leí en el blog de nosequién que falleció Rojas, mientras que en los pasillos de Letras cantábamos obituarios a Zavalita ¡ya quisieras, cabrón!, a Zavaleta, digo, con el perdón. Y el sábado ¡oh Sabato!, el sábado ¡nos levantamos con otra muerte, Congrains! Recuerdo las risas que sacaba, cojonudamente, Bayly cuando lo veo hecho un esperpento reaccionario en la caja boba. Y la nostalgia, los recuerdos aparecen, asechan. Pero es el 2011 y el nueve-once ya fue ajusticiado y Obama, y no Osama, será reelecto. Y todo no fue sino un sino de muerte en esta semana que languidece.

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